viernes, 8 de julio de 2011

Vivo en un psiquiátrico (Experiencia en España)


El 9% de la población padece algún trastorno mental
Más de la mitad de las personas que necesita tratamiento no lo reciben

05.07.11 | 15:20 h. Eva Luna
www.telecinco.es

"Nosotros no solemos decir que vivimos en un centro de salud mental porque es un poco peyorativo y un poco deprimente; parece que estamos aquí todos con los electrodos puestos y haciendo mil barbaridades".

La realidad de un psiquiátrico de hoy en día es diferente a la que muchos imaginan. Vídeo Informativos

Es la imagen que aún perdura: la del enfermo mental atado en una camilla recibiendo electroshock. O la del enfermo cuchillo en mano víctima de un delirio persiguiendo a otros compañeros de fatigas.

Pero la realidad de un psiquiátrico de hoy en día es otra. Aún así Luz, una interna de 43 años que lleva casi dos ingresada, evita decir que vive en un centro de salud mental porque asegura que la gente la rechaza y la trata con recelo. Prefiere pasar desapercibida.

Nada en la conversación denota que Luz tenga problemas mentales sin embargo le han diagnosticado un trastorno esquizotípico de personalidad (dificultad con las relaciones interpersonales y alteraciones en los patrones de pensamiento, apariencia y comportamiento).

Luz estudió turismo y llegó a trabajar en la empresa familiar pero la enfermedad irrumpió trastocando todos sus planes: "Tuve que adaptarme porque mis circunstancias personales no eran muy buenas, llegué a un abandono tal que vivía en la calle; te metes en un pozo sin fondo y no ves la salida, necesitas que te echen una mano".

Así ingresó en Casta Guadarrama, un centro de salud mental donde conviven 57 hombres y 20 mujeres.

"Tenemos diversas patologías: trastorno de la personalidad, esquizofrenia, trastorno depresivo, de conducta". "También hay bastantes casos de patología dual, enfermedad con consumo de tóxicos", explica la psicóloga Laura Segarra: "Por eso tenemos un control de esas sustancias porque alteran la medicación y afectan al comportamiento". Entrar en Casta Guadarrama impresiona.

La primera imagen que reciben tus retinas es la de una veintena de personas que deambulan por los pasillos sin aparente destino. Algunos caminan con la mirada ausente, meditativos, somnolientos; otros, sin embargo, lo hacen muy despiertos y buscando ávidamente conversación.

En 30 segundos son capaces de hacerle, a cualquier desconocido, un resumen de su vida: "Es que a mi me quitaron a mi hijo, ¿sabes?, hace veinte años que no lo veo", relata una mujer con aparente indiferencia.

"Yo es que tengo un problema, es que tengo el cráneo muy pequeño y eso si fumo mucho (habla de porros) me produce brotes", nos cuenta otro hombre de 39 años.

"Yo era alcohólico. El día 9 de septiembre hago dos años aquí. Cuando yo vine a este centro era como un vegetal. Ahora voy andando", nos cuenta otro hombre desdentado y con rostro envejecido pero con la ilusión intacta.

Estamos en la planta segunda del hospital, donde se alojan los enfermos menos graves. A la planta cuarta no tenemos acceso.

Como Luz hay otros internos, capaces de relacionarse y mantener una conversación perfectamente coherente. Pero también hay otros con los que no es posible charlar, o con los que la conversación deja de tener sentido.

En Casta Guadarrama existe una atención personalizada a cada uno de ellos. Tienen consultas psicológicas y psiquiátricas en las que se valora la evolución del paciente y se informa a los familiares, si los hay (sólo el 14% de las personas con enfermedad mental crónica tiene pareja estable y un 18 % afirma no tener ninguna amistad.

Muchos además son incomprendidos y abandonados por sus familias). Además aquí acuden a talleres grupales que tratan de fomentar sus habilidades sociales y mantenerlos activos: jardinería, pintura, prensa, música, etc.

Todo está orientado a rehabilitar al paciente: "Esto no es un aparcamiento de personas con problemas de salud mental sino un paso intermedio para poder volver a su vida", explica la doctora Segarra.

Aquí ingresan personas que han abandonado por completo su higiene, su cuidado personal, que han perdido habilidades tan necesarias como manejar su propio dinero.

Por eso en algunos casos tienen que empezar desde cero. Cada día tienen su asignación de tabaco y de dinero según les pauta su psicóloga. Los enfermos se ponen en fila y van recibiendo uno a uno la cantidad de cigarrillos que le corresponde y la cantidad exacta de dinero pautada que nunca supera los 3 euros al día.

Son ingresos que reciben de sus familiares pero que el equipo del centro gestiona:

-Toma, Alberto, tu tabaco y tus dos euros, ¿has cambiado de tabaco?

-Sí, es que el que fumaba, el Ducados rubio, vale cuatro euros y yo como cobro poco -Ya.

¿Y has informado del cambio a la psicóloga?

-Sí, ya lo he dicho en recepción".

Todo aquí está absolutamente controlado. El dinero que gastan, el tabaco y los medicamentos que consumen, lo que comen, lo que beben. Se supervisan también las visitas y las llamadas telefónicas.

Se prohíben las cuchillas de afeitar y se recomiendan zapatillas sin cordones. Todo, por la seguridad del paciente:

"Aquí los cubiertos son de plástico porque aquí no pueden tener cubiertos de hierro porque puedes agredir a una persona o a ti mismo", nos explica Alberto, uno de los internos conocido como "el cantante" del centro por las canciones con las que ameniza a sus compañeros siempre que estos se lo permiten.

"¿Agresividad?, palabra clave", dice expresivamente la psicóloga de Casta: "Pero la agresividad muchas veces viene de su entorno familiar y es una causa por la que la familia tiene que recurrir al hospital, al centro de salud mental de referencia o a nosotros.

Aquí hay muy poquitos episodios, sí los hay, pero cuando los hay se interviene con mucha contingencia y un trabajo muy estricto para que ellos entiendan que la agresividad no es la vía para arreglar ningún tipo de problema".

Asociar agresividad y enfermedad mental es uno de los muchos prejuicios sociales que complican la integración del paciente a la sociedad, que es el objetivo último de este centro. Tratar de que sepan valerse por sí mismos y puedan aprender dentro todas las habilidades que necesitan para desenvolverse fuera.

El proceso es lento y requiere mucha voluntad por parte del enfermo, así como trabajo, dedicación y paciencia por parte del equipo médico.

La estancia mínima es de seis meses a un año, el tiempo necesario para estabilizar psicopatológicamente al paciente y prepararle para la vida en la calle.

Al fin y al cabo aquí se sienten cuidados, protegidos y queridos y a pesar de que la gran mayoría se opone a su ingreso, alguno acaba prefiriendo estar en el centro a pesar de perder su libertad, como explica Laura Segarra:

"Hay varios casos, uno en concreto muy llamativo que al verse tan desamparado cuando llegó dijo: esto es mi vida, no quiero salir. Es gratificante, aunque nuestro reto es intentar que no se queden aquí, que Casta sea un paso para su vida".

Para su rehabilitación también es importante no sobremedicarles, aunque sí se controla uno por uno que los enfermos traguen las pastillas que les corresponden para evitar que se deshagan de ellas.

Se trata de lograr un equilibrio entre el cuidado y la sobreprotección que garantice además la seguridad de todos los internos. Aunque pueden moverse libremente por el centro y los jardines del edificio, los pacientes no pueden salir a la calle sin autorización.

Una enorme puerta de hierro que se abre desde recepción custodia a los enfermos. De hecho ninguna puerta puede franquearse sin permiso, ni siquiera la de la propia habitación. Así se garantiza que no pasen demasiadas horas aislados en sus habitaciones.

La disciplina aquí es imprescindible: hay horarios para todo, para los talleres, la comida, las terapias e incluso las salidas al pueblo. Los hay que pueden salir a pasear solos un par de horas diarias y los hay que lo hacen acompaños por profesionales de Casta Guadarrama.

El buen comportamiento es premiado con más salidas a la calle o visitas a la familia, o, por ejemplo, con una subida en la paga diaria. Se busca motivarles con pequeñas pero valoradas recompensas.

Los más afortunados tendrán la oportunidad de recuperar su vida fuera con el aprendizaje adquirido dentro. Pero habrá quien no consiga hacerlo.

Según un estudio de la Consejería de salud de la Junta de Andalucía el 9% de la población padece algún trastorno mental en España. Desgraciadamente más de la mitad no recibe el tratamiento que necesita, o bien porque no ha sido diagnosticado o porque no existen recursos suficientes para ellos.

En Casta Guadarrama hay 77 personas ingresadas, el 25 % de ellas tienen una plaza concertada; el 75% restante paga 85 euros por día, es decir, 2550 euros al mes, una cantidad que muy pocas familias pueden permitirse.

Cuando la enfermedad mental va en aumento (se espera que en 2020 la depresión sea la primera causa de enfermedad en el mundo desarrollado) parece razonable que se demanden más centros como este y se reclamen más plazas para familias sin recursos.

Centros en los que, como este, exista todo un equipo multidisciplinar (psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, enfermeras, celadores, auxiliares, etc) trabajando apasionadamente para desterrar la vieja y escalofriante imagen del manicomio tradicional.

Un lugar en el que se cree de corazón en la rehabilitación del paciente.

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