Mi primera vez "En el diván"
El mecanismo psíquico del olvido no funcionó en mi caso... recuerdo perfectamente mi primera vez.
Y no porque aquel inédito encuentro con un terapeuta resultara un fracaso (de hecho, fue muy positivo) sino por las circunstancias pecuniarias que lo rodearon.
“Yo cobro el mes por adelantado”, me espetó a bocajarro.
“Yo pago religiosamente al cumplirse el mes de servicios que alguien me brinda”, le contesté, entre sorprendido y desafiante.
“Lo siento, ese es mi sistema”, replicó el profesional inmutable.
“Hagamos un trato”, sugerí conciliador. “Le pagaré todo el mes el día 15, de modo que usted me analizará durante la primera quincena en la confianza de que yo le pague y, durante la segunda quincena, yo confiaré en que usted siga analizándome porque ya le he pagado. Compartamos el riesgo”.
No le gustó. Pero aceptó.
Cuando le entregué un sobre con lo correspondiente al primer mes de sesiones, me preguntó –mientras contaba los billetes– “¿Por qué en un sobre?”
“¿Y por qué no en un sobre?”, atiné a balbucear, para agregar (ya un poco mosqueado) “No hace falta que los cuente... ya lo hice, con mucho cuidado, en casa”.
Me clavó la mirada, se tomó unos segundos y sentenció “No hay que tener vergüenza de hablar del dinero”.
Debe haber sido el ambiente el que me provocó una inmediata regresión mental a las multitudinarias comidas familiares de mi niñez, en las que mi abuelo nos inculcaba aquello de “en la mesa no se habla de dinero”.
Mi error había sido confundir la mesa con el diván...
Y es una pena que hoy recuerde con más precisión esas minucias de los honorarios que los detalles de la exitosa terapia.
Pero ya lo dijo Don Sigmund: “El olvido es, quizás, más misterioso que el recuerdo”.
Pancho Ibañez