El nombre de éste blog responde a una frase del Dr. Enrique Pichón Riviere, padre de la Psicología Social en Argentina.
miércoles, 16 de marzo de 2011
Alguna vez...
Los altos árboles del bosque, erguidos hacia el cielo, instruían al pequeño árbol que crecía entre ellos.
- Alguna vez - decían - , alguna vez serás alto como nosotros y entonces podrás ver el agua cristalina de los lagos allá abajo, la nieve virginal entre las montañas allá arriba. Alguna vez...
El viento, cuando bajaba a la altura del árbol pequeño, también le informaba.
- Vengo de todas partes y lo sé todo. Conozco los bosques, los ríos, los mares, los campos, las ciudades de los hombres... Cuando seas grande te contaré cosas... Alguna vez...
Al llegar la primavera, cuando los pájaros venían en busca de calor y alimento, piaban comentando:
- Hay sitios donde todo es arena; donde todo es nieve; hay sitios donde todo es agua... Alguna vez, cuando seas más alto y más sólido, haremos nuestros nidos en tus ramas y te contaremos todo lo que sabemos. Alguna vez...
Y el pequeño árbol seguía inmóvil, repitiendo a todas sus hojas tiernas esas palabras excitantes:
- Alguna vez, alguna vez...
Pero ese "alguna vez" era lento, resultaba lejísimo. El pequeño se impacientaba y preguntaba cosas a la lluvia, al granizo, a la nieve. Todos conocían el mundo. Todo parecían sabios y aventureros. Todos terminaban diciéndole: "Alguna vez, alguna vez..."
Una tarde, por fin, sucedió algo novedoso. Pasó junto al pequeño árbol un hombre corpulento de barba oscura y ojos grandes conduciendo un asno con la brida. Montada en el animal iba una mujer muy hermosa y dulce que estaba embarazada. Se detuvieron y el hombre musitó:
- Esto es lo que necesito. Perdóname pequeño árbol pero debo cortarte.
Y con un hachazo ocasionó la primer herida en la madera del joven árbol. Este suspiró y sangró un poquito de savia. El dolor era intenso. El hacha penetraba cada vez más en su carne vegetal. Se sentía débil, indefenso y solo. No lamentaba tanto su sufrimiento físico como ese "alguna vez" que temía perder para siempre.
El hombre no cejó en su intento. Cortó todo el árbol en trozos pequeños y los acomodó en el morral. Siguiendo el camino, llegaron a un lugar donde había un buey y otros animales. Allí el hombre sacó los trozos, los cepilló, los pulió y los ensambló, quedando el árbol transformado en una cunita rústica.
La cunita, al mecerse parecía gemir: "alguna vez, alguna vez..."
Todavía aquel pobre árbol no había comprendido cual sería su misión. Pero esa noche, justamente a las doce, sintió un débil llanto. Una música y una luz extrañas envolvieron el lugar. Se escuchaba un sedoso revoloteo de ángeles. El llanto del niño que acaba de nacer parecía más bien un canto.
El árbol hecho cuna notó que depositaban entre sus maderas cubiertas de heno tibio el cuerpecillo de una criatura muy especial. Y lo sintió moverse suavemente en su interior.
De pronto intuyó que el "alguna vez" ya había llegado.
Ni los árboles altísimos, ni el viento, ni los pájaros, ni las nubes habían experimentado nunca la gloria que en ese momento él gozaba, cuando ya no era más árbol sino cuna. Ahora, estaba como en la gloria. Estaba con Dios mismo.
Mientras tanto, en el bosque, todos apenados comentaban: "pobrecito arbolito, ha quedado frustrado, ya nunca tendrá "alguna vez"...
Arbol nuevo,
sabia nueva.
Dolor.
Un gran amor.
Sólo salva
un gran amor.
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